viernes, 28 de mayo de 2010

Los olivos de Córdoba y la Casa Carbonell

Nada nuevo se aporta si se indica que el aceite de la Bética era en época romana un producto “estrella”, exportado a todos los confines del Imperio. El Guadalquivir, navegable hasta Córdoba, era el eje clave por donde se canalizaba el trasiego de ánforas y embarcaciones para transportar tan preciada joya. En las orillas cordobesas y sevillanas del gran río, se disponían las fincas de olivares, las almazaras y los pequeños muelles de embarque de un sector que era un referente de poder económico y social para todo el mundo romano.

Esta imagen puede parecer algo extraña hoy día, cuando asociamos el olivar con la provincia de Jaén, y al cultivo lo situamos más en terrenos acolinados que en zonas bajas de vega. Este desplazamiento paulatino del olivar hacia áreas más onduladas (y menos fértiles) comienza en los siglos medievales, pudiéndose citar entre diferentes motivos la introducción en el período andalusí de nuevos cultivos de regadío que, lógicamente, necesitaban imperiosamente el agua cerca, mientras que el sufrido olivo se adapta perfectamente al secano. Así, cuando Fernando III conquista Córdoba en 1236 se reserva para sí un olivar situado ya en la falda de la sierra, concretamente en el “pago de la Arrizafa”. En cuanto al olivar de Jaén, hoy peligroso monocultivo, es a partir del siglo XVIII cuando comienza su expansión vertiginosa, gracias a la nueva vía de comunicación abierta entre Madrid y Andalucía a través de Despeñaperros, proceso que vino además acompañado de políticas de fomento para roturar y desmontar zonas incultas para implantar olivos. Se entendía, con buen criterio, que la presencia constante de agricultores por aquellas tierras haría más segura un área hasta entonces copada por grandes masas forestales.

Es precisamente a mediados del XIX, momento en que la provincia de Jaén comienza a superar a la de Córdoba como primera productora de aceite nacional, cuando Antonio Carbonell y Llacer, con la moral propia de los de Alcoy, funda en 1866 la Casa Carbonell, eligiendo nuestra ciudad como sede de este incipiente negocio aceitero. Su idea era comercializar a gran escala el aceite de oliva, producto cuya calidad desde la época medieval dejaba bastante que desear, lo que limitaba su uso habitual en la alimentación. Muchas de las aceitunas se recolectaban desde el suelo, para posteriormente acumularse incluso meses en los patios de las almazaras a la espera de ser molidas y prensadas en instalaciones rudimentarias y limitadas, propiedades de señores o eclesiásticos que tenían la absurda prerrogativa de que en sus territorios estaba prohibido fabricar aceite fuera de sus almazaras. No es de extrañar que el resultado era, por lo general, un aceite virgen prácticamente incomible, llamado “lampante” porque su destino habitual era emplearlo para las lámparas de aceite. Por ello, Madrid fue a principios del XIX un mercado clave para el aceite de Jaén… como combustible para el alumbrado de la capital.

Con este panorama, la Casa Carbonell se adapta necesariamente a lo que hay. Construye en una zona extramuros de la ciudad con cierta tradición oleícola la fábrica de aceites “San Antonio”, amplio conjunto de dependencias caracterizado por ese característico Chimeneón construido en 1903 y felizmente conservado (imagen 1). El aceite virgen que compraba a granel a las almazaras se sometía aquí a un proceso industrial químico de refinado para quitarle los malos olores y sabores. Este aceite ya refinado se mezclaba con una pequeña proporción de aceite virgen de cierta calidad, obteniéndose lo que aún hoy conocemos como el “aceite de oliva” de toda la vida, que puede ser “suave” o “intenso” o, como se decía antes, de 0,4 ó 1 grado. Además, es preciso indicar que el aceite “virgen extra”, donde el producto procede sólo de medios mecánicos y no hay ningún tratamiento químico, es un feliz advenedizo que no aparece en nuestras tiendas hasta los años 90, cuando las mejoras técnicas en las explotaciones y almazaras permitieron obtener grandes volúmenes de aceites con una mínima calidad para poder ser consumidos directamente.



Imagen 1. fábrica San Antonio. Fuente: Archivos Carbonell y Cía. (extraída de la tesis de la UCO, Los efectos de la evolución tecnológica en la almazara cordobesa. Aspectos tecnoeconómicos y socioculturales).

Volviendo al tema que nos ocupa, la estrategia empresarial tiene éxito, y Carbonell llega a ganar concursos para suministrar aceite de oliva a clientes como la Casa Real y al Almirantazgo Británico. En 1904 la imagen de la cordobesa agarrando la rama de olivo, que identificará para siempre sus productos, gana el Gran Premio en la Exposición Universal de San Luis. Conforme avanza el siglo XX, la empresa se consolida como la primera marca de aceite nacional, abriendo con éxito mercados extranjeros, donde es líder indiscutible en países como Argentina a pesar de la potente competencia italiana. La empresa sigue creciendo y se traslada del casco urbano a unas modernas instalaciones de la barriada de Alcolea, donde se construye la mayor envasadora y refinería de aceite del país.

Pero comienza una nueva y agitada historia, la cual desgraciadamente ya no será dirigida desde Córdoba. En 1985 Elosúa adquiere Carbonell, que en los 90 sería a su vez adquirida por el grupo Koipe, con entrada de capital italiano. No para ahí la cosa. Koipe es a su vez absorbida o fusionada con el grupo SOS-Cuétara en 2003. Todo un traqueteo que no acaba aquí, y que tiene su último y penoso corolario en la crítica situación actual del grupo SOS, necesitado urgentemente de la entrada de inversores para que no se vaya a pique. Sobre la planta de Alcolea ha pesado estos meses la amenaza de un expediente de regulación de empleo que, afortunadamente, parece que no se va a llevar a cabo.

Así que la historia de Carbonell es un ejemplo más de cómo el esfuerzo empresarial que ha creado riqueza en una ciudad puede desvanecerse en un mercado global donde las decisiones se toman a kilómetros de distancia, por gente que posiblemente no distinga un olivo de un girasol, ni el aceite del detergente de la ropa. Lo que sí que saben es del valor comercial de la marca Carbonell, que se ha mantenido invariable a pesar de los diferentes dueños. Un reciente estudio del Foro de Marcas Renombradas Españolas la sitúa junto a Freixenet como las marcas agroalimentarias españolas más reconocidas internacionalmente. Tanto es su valor de marketing que hay un pleito por plagio contra la marca “La Española” porque ésta ha diseñado para su aceite una etiqueta, con una andaluza sentada plácidamente en un olivar, sospechosamente parecida. (imagen 2)


Imagen 2: marcas de aceite La Española y Carbonell.


En resumen que Carbonell se sigue asociando a Córdoba, por mucho que ya no pintemos nada en su rumbo. Sigue siendo a pesar de los pesaras la marca más vendida en el mercado español de aceites en su conjunto y la marca española de aceite de oliva más vendida en el mundo. De sus compras de aceite dependen gran parte de las ventas de los olivareros, no sólo de Córdoba sino de toda Andalucía. ¿Es posible que se pierda todo esto y nadie haga nada? ¿dónde están nuestros empresarios e instituciones?

jueves, 20 de mayo de 2010

La red de aguas de la sierra


A principios de este mes de Mayo se ha pasado por nuestra ciudad el Consejero de Medio Ambiente para inaugurar la ampliación de la depuradora de aguas de La Golondrina, además de dar publicidad a la obra prevista de una nueva conducción para llevar agua hasta el Parque de Los Villares y la barriada de Cerro Muriano, cuya dotación de agua actual no se considera suficiente. Ambas obras se inscriben dentro de un Protocolo de colaboración, firmado entre la Agencia Andaluza del Agua, dependiente de dicha Consejería, y el Ayuntamiento de Córdoba.

Como es más o menos sabido, el agua de Córdoba proviene del pantano de Guadalmellato, llegando a la Central de Villa Azul a través de dos conducciones cuya descripción no viene al caso (se pueden ver fácilmente en el arroyo de Pedroches, donde aparecen juntas, en compañía además del Canal de Riegos). En dicha Central, de arquitectura inconfundible en lo alto de un cerro, el agua es sometida a diferentes procesos físico-químicos para potabilizarla. Una vez tratada, desde aquí sale por conducciones que, aprovechando la altura desde la que parten, abastecen prácticamente a toda la ciudad. Y este “prácticamente” es porque aunque Villa Azul está en un punto alto, quedan zonas como el Brillante y alrededores que están a mayor altura, y entonces al agua hay que ayudarla para que pueda “subir”.

Para ello, una conducción baja desde Villa Azul y se encamina hacia el terrizo de la calle Cardenal Portocarrero, hacia la zona de la finca “el Duende” o de “las Canteras de Olmo” (este Olmo, por cierto, me dicen que era el capataz de la citada finca, y parece que su apellido ha tenido más éxito como topónimo). Aquí llega el agua a una estación de bombeo de EMACSA (imágenes 1 y 2), donde es “empujada” hacia arriba y distribuida hacia tres depósitos que regulan el abastecimiento de estas zonas altas. Estos depósitos son los de Antas (que es el situado a mayor altitud), el del Cerrillo y el del Carril de la Huerta de Los Arcos (imágenes 3, 4 y 5). Como curiosidad, hasta hace no muchos años, junto con el agua bombeada desde Villa Azul, estos depósitos también se llenaban con el agua procedente de tres veneros propiedad del Ayuntamiento: el de Antas (junto al depósito citado, situado en la finca de la que ambos reciben el mismo nombre), el de Santa María (el antiguo venero de las Aguas del Cabildo, en las inmediaciones de la Aduana) y el de Santa Clara, localizado en el cerro junto a la cuesta del catorce por ciento (el “cuadrante”). Sin embargo, hoy día, las aguas de estos veneros sólo se emplean (y como complemento) en el caso de sequías extremas, siendo la mayor parte del tiempo desaguadas en las cercanas cabeceras de los arroyos del Moro (el de Santa María) y de las Piedras (los de Antas y Santa Clara).

Imagen 1: Exterior de la estación de bombeo de "El Duende".


Imagen 2: Interior de la estación de bombeo de "El Duende".



Imagen 3: Depósito de Antas.


Imagen 4 : Depósito de El Cerrillo.


Imagen 5 : Depósito del Carril de la Huerta de los Arcos.


Hasta aquí la descripción, más o menos simplificada, de cómo funciona la red de aguas de nuestra sierra. El resto de núcleos serranos, legales o ilegales se abastecen de aguas subterráneas (así Trassierra, Las Jaras, etc.), excepto Cerro Muriano, que se abastece del pantano de Guadanuño. Con la nueva obra proyectada, sin embargo, la red de abastecimiento da un importante salto cualitativo, puesto que se pretende construir otra importante estación de bombeo en El Cerrillo que impulse el agua aún más arriba, hasta las zonas ya comentadas de Los Villares (donde se planifica un depósito) y Cerro Muriano. Con todo ello se posibilita un abastecimiento de agua a gran escala para las zonas más altas de la sierra.

Nada se puede, en principio, objetar a ello. El agua es vida. Pero a mí, personalmente, todo esto me provoca cierto recelo, sobre todo cuando la Gerencia de Urbanismo dio permiso en Enero para construir un hotel en el Club de Golf de Los Villares, noticia que pasó desapercibida porque el mismo día, y en el mismo lote, “vendía” el Ayuntamiento que se redefinía el PGOU para expropiar los Baños de Popea y preservarlos de las acometidas urbanísticas. Los Villares es un Parque Periurbano, tiene su plan de preservación, la Consejería de Medio Ambiente vela por ello... Pero la ecuación disponibilidad de agua y luz igual a construcción, normalmente sin papeles, ya nos la sabemos. Y ahora, gran parte de nuestra sierra (no sólo Los Villares, que posiblemente sea el sitio más controlado) va a tener cerca una red que asegura disponibilidad de agua en abundancia.

Así que, el amigo de 8picos, que con tanto afán intenta recorrer todo el cauce del arroyo de Pedroches hasta su nacimiento, precisamente por Los Villares, debería no demorarse mucho. Por si las moscas…

viernes, 7 de mayo de 2010

La conferencia sobre la Córdoba oculta

El pasado miércoles 5 de Mayo tuve la posibilidad de asistir a una conferencia organizada por la Asociación Al-Quibla sobre "La Córdoba oculta: pasadizos, veneros y canalizaciones de agua subterráneas", siendo el ponente un viejo conocido, Francisco José Gamero, más conocido por un seudónimo (que no voy a citar) en este mundillo de la Red, y como Pancho en el trato cercano.

La conferencia despertó un interés inusitado, estando la Ermita de la Candelaria, donde se celebró el acto, prácticamente a rebosar. Y Pancho (perdón por la licencia), lo bordó, consiguiendo transmitir al auditorio su sincero entusiasmo por esa Córdoba de las profundidades de la que casi todos los cordobeses hemos oído algo, pero que muy pocas veces hemos podido comprobar cuánto hay de realidad en ello (vamos, yo he oído contar hasta que hay un pasadizo subterráneo desde la Mezquita a Medina Azahara). Como toda buena conferencia, la gente se quedó con ganas, y así en el turno de los asistentes salieron a la luz muchas preguntas sobre si realmente existían conducciones de agua en sitios tan dispares como la calle del Agua, la calle Carlos Rubio (anteriormente del Baño), la Torre Malmuerta, la Puerta del Rincón, el caño de Vencenguerra, el Colegio de Santa Victoria... Vamos que si cada asistente dijera lo que sabía o le habían dicho tendríamos ya el mapa completo de la Córdoba subterránea, o por lo menos un esbozo, porque luego Pancho se encargaría de bajar y comprobarlo (que hay que tener para hacerlo).

Como se expuso en el propio anuncio de la conferencia, Pancho está realizando aún su tesis doctoral con toda esta información que con tanto tesón y esfuerzo busca. Y no es cuestión de ir por ahí difundiendo lo que dijo. Sólo me quedo con una hermosa cita en la que más o menos vino a decir que "uno se emociona cuando llega a donde nace un venero y ve el agua salir de entre las rocas". Bueno, por desgracia, no todos. Algunos sólo ven en los veneros algo inútil y caduco. Otros sólo verán su utilidad si hay posibilidad de apropiárselos (así por las buenas) para llenar sus piscinas. De ambas actitudes se dieron nombres en la conferencia que es mejor no airear. Son de gente para los que el patrimonio común e histórico de los cordobeses no les dice nada. Por cierto, Pancho, es de Badajoz y su compañero infatigable de pesquisas veneriles, mi amigo Ángel Martos, es de Jaén. Aman más a Córdoba que todo estos supuestos cordobeses juntos. Así nos va.

Felicidades a Al-Quibla. Felicidades a Pancho.

Gracias por todo.